Mi vestido de fiesta

—Me voy a casar–

A poco de que terminará el 2019 recibí la noticia por mensaje de texto de uno de mis mejores amigos.

—La boda será en Acapulco, quiero que me acompañes y hagas el brindis de la boda-

Tras la emoción inicial mi primer pensamiento fue “me tengo que poner a dieta”

Me sorprendí. Tenía más de dos años que me había prometido que nunca más haría una dieta, pero la costumbre de tantos años me arrastraba a la idea conocida. Esa donde el tamaño de mi cuerpo y lo que marcaba la báscula dictaba mi estado de ánimo. Al poco volví en mí.

Hacer dieta nunca fue la respuesta antes y sé que jamás lo será.

Llevaba dos años alejada de las dietas y contrario a lo que imaginas me alimentaba mejor que nunca y ejercitaba mi cuerpo con regularidad. Pero la idea de ser el centro de las miradas y ser evaluada por como luzco estaba tardado más en desprenderse de mí.

¡Qué fortuna que me di cuenta de ello! De otra forma no hubiera podido hacerle frente al reto de encontrar el vestido del color que los novios pidieron.

—Nuestro color es el morado y queremos que todos en el cortejo porten ese color—. Tenía un tiempo que no requería de un vestido para un evento de noche en la playa y la restricción del tono me estaba haciendo complicada la búsqueda.

Perdí la cuenta de la cantidad de vestidos que me probé. En realidad no fueron tantos ya que resulta que ese año ese no era el color en tendencia y estaba batallando para encontrarlo. Eso sí, le invertí tiempo como si fuera la novia en búsqueda de su ajuar.

Cada entrada al probador agradecí por el largo camino recorrido que me había llevado a hacer las paces con mi cuerpo y conmigo. Ni una sola lágrima rodó por mi cara y en ningún momento me descalifiqué porque mi talla no es la que dicta la sociedad.

También bendije la claridad de saber que no iba a apretujar mis carnes en ninguna tela y que lo único que portaría sería el vestido que me hiciera estar a gusto y que reflejara la comodidad de habitar en mi cuerpo con todos sus kilos.

Con esa consigan la búsqueda estaba siendo infructuosa. Hasta que recordé aquel vestido que había usado en la boda de mi querida amiga Claudina. Ese que se acoplaba perfecto a mis redondeces y con el que me sentía vaporosa, si al menos fuera del color del cortejo.

Ahhh pero y… ¿si se lo llevo a la modista de mi hermana para que me haga uno igual? ¡Voila! Brillante idea. En lo único que no deparé hasta el día del evento es que mi modelito estaba algo pasado algo de moda, pero ¿sabes? Eso no me importó en lo más mínimo. Me he acostumbrado a que mi opinión sea más importante que el qué dirán.

Ese vestido sacaba lo mejor de mí y me representaba a cabalidad. Me sentía tan a gusto conmigo que nadie hubiera pensado que pasé años avergonzada del tamaño de mi cuerpo.

¿Cómo lo logré? En el libro “El peso de mi vida… y un poquito más” te lo cuento todo. Aquí puedes comprarlo.

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