
El asunto con la cultura de las dietas es que esta se convirtió en mi estándar y medición para todos los aspectos de mi vida. Abarcó más allá del terreno de la alimentación, extendiéndose al moral, de salud y mi autoconcepto.
Porque si hacía yo la dieta a la perfección era una niña buena portándose bien. Y si no, inclusive de pecado tachaba el acto de comer algo que no estaba en el plan de moda que estuviera siguiendo.
Encima, si al llegar a la cita de pesaje no había bajado los kilos que se esperaban se me tachaba de mentirosa. No importaba que la hubiera seguido al pie de la letra y que jurará por todos los santos que había cumplido el régimen a cabalidad, era yo una farsante.
Increíble que mi calidad moral estuviera dictada por la dieta en turno.
Y ni hablar de mi autoconcepto.
Por años me consideré una mujer incapaz de completar algo por el simple hecho de que no fui capaz de llegar a mi peso ideal ni mantener el que había perdido. Al tiempo me di cuenta de lo imparcial de mi punto de vista. Completé una carrera universitaria, una maestría y pagué una hipoteca sin que se me pasara ni una fecha, si eso no es constancia no sé entonces como llamarlo.
También la dieta dictaba mi amor propio. El “cuidarme” significaba que solo consumiera los alimentos buenos. Cualquier otra cosa que ingiriera fuera de la dieta era un indicio de no quererme, y hasta odiarme, porque me estaba haciendo daño.
O el permitir que la forma de sentirme acerca de mí la dictara lo bien que cumplía la dieta en cuestión, sin interesar si moría de hambre. Eso no importaba ante comer lo indicado. Es más, experimentar apetito me hacía sentir mal conmigo por no ser capaz de subsistir con lo que marcaba el tratamiento.
Por eso hoy me siento liberada. Cuando digo que yo soy mucho más que los kilos que peso me refiero también a que mi moral, autoconcepto, amor propio o forma de sentir ya no lo dicta el seguir una dieta.
Soy un ser humano con muchas aristas y definirme en función a un comportamiento de dieta fue una forma de limitarme. El problema fue que la sociedad me enseñó eso. Yo no me lo inventé. Solo seguí lo que una y otra vez escuché sin parar.
Parte de mi sanación comenzó al tomar distancia de todos esos mensajes. Empezar a bajarles el volumen a la par de que me escuchaba más a mí. Me llevó tiempo conseguirlo, no obstante, lo hice.
Y sigo trabajando en ello, ya que las costumbres arraigadas de tantos años tardan en salir, pero hoy basta con que me dé cuenta de que lo estoy pensando para volver a mi centro, por eso ya ni hago dietas.
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